Libertad y Fraternidad

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Luis Ugalde

15 de octubre de 2020

Confieso que estoy obsesionado con la reconstrucción de nuestro país. Veo mucha gente  que quiere cambio pero pone obstáculos a la creación de una sociedad libre y solidaria  capaz de compartir el bien común nacional. Por eso me alarma la reacción de algunos  frente a la reciente encíclica Tutti Fratelli del papa Francisco que toma el nombre del gran  inspirador de la fraternidad universal: san Francisco de Asís. Les escandaliza que el papa  diga que “el mercado no resuelve todo” y que “la libertad de mercado no basta”. Yo creía  que este principio defendido por los clásicos liberales era obvio.

Los grandes padres del liberalismo no defendieron solo el libre mercado, sino la libertad,  la igualdad y la fraternidad. Una nueva sociedad donde el poder político y el económico no  sean dueños absolutos si no que estén sometidos a la Constitución que consagra los  derechos humanos fundamentales de todos. Esto que defiende el liberalismo lo  necesitamos en Venezuela: combinar la economía de mercado con la Constitución y crear oportunidades para la realización de todos con su propio esfuerzo. Las economías  liberales más exitosas lo son porque contribuyen al bienestar general.

Acabo de encontrar un artículo mío del año 2009 que recibió de El Nacional el premio al  Mejor Artículo del Año publicado en ese diario y viene a cuento. Aunque es chocante  citarse a uno mismo lo veo necesario con gente que creía sensata y parece escandalizada  con la llamada del papa Francisco a la fraternidad.

¿Capitalismo Antihumano? (Publicado el 4 de junio de 2009)

“La economía capitalista es extraordinariamente eficaz para producir bienes en  abundancia; con ella miles de millones se han liberado de la pobreza tradicional. En China  y en la India, en la próxima década cientos de millones saldrán de la pobreza económica,  gracias a los avances del capitalismo que aplica con éxito la tecnología a la revolución  productiva.

Pero la economía no es la sociedad, apenas una parte de ella, y reducir a la persona  humana al “homo oeconomicus” nos lleva a una humanidad profundamente enferma,  aunque materialmente menos pobre. La persona humana no se reduce a animal que  produce y consume para alimentar el mercado capitalista en carrera continua. La  economía capitalista utiliza el individualismo y la búsqueda del “interés propio” como una  poderosa fuerza motora creativa, pero el ser humano no es puro individualismo y egoísmo,  sino también solidaridad y amor. No somos solo lobos unos contra otros, sino también  hermanos unos con otros. Dos fuentes irreductibles de identidad humana, que requieren  fuerza suficiente para complementarse, hacerse contrapeso y corregirse mutuamente; con uno solo de estos motores los humanos no levantamos vuelo. La economía tiene sentido  como base e instrumento para la libertad y la dignidad de todos en un mundo en paz. El  mercado solo no pone la economía próspera al alcance de todos los pueblos; se requiere  desarrollo espiritual, con convicciones éticas vigorosas que inspiren y modelen la conducta  humana, le den valor y sentido a la vida y a la economía y desarrollen leyes e instituciones  fuertes y eficaces.

El capitalismo exitoso trae otros problemas: salimos de la economía ancestral con escasez,  hambrunas, enfermedades, guerras y limitaciones y ahora la abundancia nos lleva a otra  escasez: destrucción del medio ambiente, de las condiciones de vida para animales y  vegetales, e insuficiencia de fuentes de energía y algunas materias primas. El capitalismo  tiene tanta fuerza productiva que su capacidad destructiva es monstruosa e imparable por  sí misma. La ley del más fuerte en la competencia trae la exclusión de los más débiles y la  guerra; la exclusiva de la lógica del mercado lleva aceleradamente a la destrucción de la  tierra como casa acogedora y al enfrentamiento social. Vivimos una crisis de civilización.

Las empresas más exitosas planifican, calculan, hacen alianzas y fusiones… es decir  ordenan las fuerzas (no las dejan al ciego mercado) para sus fines. En tiempo de crisis  hasta los más liberales piden la intervención del Estado y de las leyes. La vida digna  requiere defender la tierra como hábitat adecuado, el diálogo y convivencia entre pueblos,  razas, culturas humanas diversas que se reconocen y aprecian. No solo se requieren  estados nacionales, sino autoridad, instituciones y ciudadanía mundiales, cuyo objetivo es  que a todos lleguen aquellos bienes y posibilidades humanas que hoy son técnicamente  alcanzables, pero no asequibles con solo el interés económico sin humanismo solidario.

El capitalismo es unilateral, antihumano y destructivo, si no va acompañado del otro  principio de la dignidad humana, del amor y de la solidaridad; pero es una necesidad y  bendición si el interés propio y las fuerzas del mercado son orientadas por leyes e  instituciones hacia un nuevo humanismo, que afirma la dignidad y ofrece oportunidades  para la creatividad de todos.

No hay ley económica, ni marxista, ni capitalista, que pueda evitar el desastre, sino la  conciencia humana con sus valores, de amor y solidaridad, y del instinto de conservación  inteligente, que ordenan la economía como parte de una civilización para la vida humana  global y personal. Cuanto más exitoso el capitalismo, más eficaz la destrucción de las  formas tradicionales de solidaridad, de religión, de ética, de expresiones no económicas de  la vida y de la dignidad humanas. No se puede esperar del capitalismo económico que las  reponga con nuevas formas de espiritualidad, de solidaridad y de sentido trascendente de  la vida; estas tienen otras raíces no económicas y hay que cultivarlas para que crezcan  vigorosas y se expresen en relaciones sociales, instituciones, prácticas sociales,  organizaciones y leyes no reducibles a la economía y con una lógica distinta y  complementaria a la del mercado”.